Cada vez más jóvenes, ante la falta de oportunidades profesionales, deciden poner su grano de arena para cambiar el mundo
Diseñan nuevos modelos económicos orientados al bien común
Silvia Fernández (1992) convivió desde
pequeña con la creación y con la terapia. Su hermana, con la que
compartía habitación, padecía una extraña enfermedad y encontró el
camino de superación de sus ataques de pánico a través de la música.
Así, cuando decidió estudiar para ser educadora social y más tarde se
especializó en
coinselling (acompañamiento centrado en la escucha), solo tuvo que conectar sus propias experiencias para crear un propio proyecto como Arte Paliativo.
“La
idea nace de las necesidades emocionales que se detectan en las
personas hospitalizadas”, argumenta la promotora de la iniciativa, que
se diferencia en el hecho de introducir la figura del educador social o
agente de cambio, “ya que en los hospitales no se encuentra actualmente
esa figura, y desde ahí dar un espacio, aprovechar las horas muertas
para la expresión de emociones y que la persona hospitalizada sea
protagonista”. Silvia Fernández forma parte de una nueva comunidad de
emprendedores sociales, que conforman jóvenes con el deseo de intentar
cambiar, o mejorar, el mundo en el que viven. Son los emprendedores
sociales, que lideran una revolución silenciosa, que pretende lograr un
cambio positivo en busca de un mundo más justo. “A veces, los
emprendedores sociales podemos sentirnos solos y un poco perdidos”,
explica Fernández. Para que no se sientan aislados,
Be Social (LID Editorial) recoge el testimonio de 30 jóvenes emprendedores que intentan mover el mundo con este tipo de iniciativas.
Es el caso también del costarricense David Hernández, que se
encarga de convencer a las empresas que importan ropa para que destinen
sus excedentes a su proyecto de empresa,
2nd Hand-Ropa Solidaria. Su objetivo es reciclar estos productos, con una vida media de seis meses. Esto es, aprovecha lo que hacen las empresas de
fast fashion,
hasta ahora siete compañías, y las convierte en aliadas. También atrae a
los empleados de estas, que hacen voluntariado clasificando la ropa que
producen y venden cuando sale del circuito comercial. De esto último se
encargan mujeres que comercializan las prendas dentro de su ámbito, de
manera que cubran las necesidades básicas y generen un ingreso extra.
La mayoría procede de círculos de violencia física o emocional, de modelos machistas,
y se les ofrece la oportunidad de ser dueñas de sus propias decisiones.
“Las empresas que tenían esa ropa la quemaban, no sabían qué hacer con
ella. Cuando llega otra empresa y les dice que puede generar un impacto
con eso y mejorar la calidad de vida de esta población, lo hacen”,
asegura el emprendedor, quien señala que el modelo de ONG, recibiendo
siempre dinero, se está quedando obsoleto. “Por eso, sensibilizamos e
integramos a los colaboradores, los llevamos al campo y hacen mano de
obra para nosotros porque son muchas horas de clasificar ropa. Cada
empresa decide qué dinero quiere invertir.
A veces invierten hasta 25.000 dólares en campañas para que sus clientes sepan qué están haciendo con la ropa”,
explica Hernández. Desde 2014, fecha en la que arrancó la iniciativa,
trabajan con 43 mujeres en 18 comunidades de Costa Rica, incrementando
estas sus ingresos en un 80%. Además, 289 empleados de las empresas de
moda involucradas realizan trabajos de voluntariado. “Queremos
convertirnos el próximo año en la primera empresa de gestión de residuo
textil en Costa Rica”, afirma Hernández.
Porque el motor del emprendedor social es resolver los
grandes problemas mundiales. Así lo cree también la estadounidense
Mikayla Sullivan, al frente de KinoSol,
dedicada a la deshidratación de alimentos con energía solar, con la que
se reduce el desperdicio de alimentos, además de conservar el 80% de
las vitaminas en el proceso, con el que se aprovechan cuatro kilos de
comida al día.
“Somos una empresa emergente que aborda problemas globales, a través de una solución de producto”,
explica. De momento, ha ofrecido soluciones a familias en 42 países de
América Latina, África y Asia. “Queremos ofrecer la tecnología donde
realmente se necesita y contribuir a su prosperidad”, afirma Sullivan.
Fuente: El País (Cinco días)